Frank Underwood, el astuto presidente
norteamericano en la popular serie House of Cards, cae en desesperación al ser
rechazado unánimemente por su partido para postularse en las elecciones
presidenciales de 2016 (ocupa la presidencia sin haber sido electo, ante la defenestración
de su predecesor). Después de maniobras infructuosas por restablecer el apoyo
de los líderes del partido y de tratar de doblegarlos, Underwood tiene un
flashazo de sabiduría y sensatez reconociendo que “en política no se puede ir
en contra de las leyes de la física”, que ante fuerzas superiores es mejor
navegar a favor de la corriente.
El presidente Peña Nieto, después de
contraproducentes maniobras mediáticas para tratar de cambiar la percepción nacional
sobre los excesos de su gobierno -y en general de la clase política nacional-,
parece haber tenido también un momento de sensatez en su reciente visita al
Reino Unido. Ante el Financial Times aceptó
que en México priva una sensación de “incredulidad y desconfianza”, por lo que debemos
“reconsiderar hacia donde nos dirigimos” como gobierno. Deja pues de desafiar
las leyes de la física y se monta en la ola social, reconociendo que el
problema es la corrupción y la falta de credibilidad.
Buena decisión, sin embargo, no es suficiente
una declaración acertada sin acciones contundentes. Coincido con el presidente
cuando afirma que “no todo está perdido en su sexenio, que aún se pueden dar
resultados”. Sin embargo, ningún resultado será válido para la sociedad si no
representa un ataque frontal a la corrupción, incluyendo investigaciones y
detenciones de alto impacto. En sus manos está que la Casa Blanca quede atrás.
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