Solo hay ya dos
tipos de universidades y/o sistemas educativos: los que quieren competir y ser
visibles a nivel global y los que piensan –erróneamente- que están aislados de
la competencia internacional. Los rankings han ganado la batalla de la
percepción, y ya no solo impactan a las universidades sino a sistemas
educativos enteros. Veamos el impresionante caso francés.
Tradicionalmente,
el sistema de educación superior de Francia se caracterizó por ser altamente fragmentado
y complejo, pues existen no sólo universidades sino también las llamadas Grandes Écoles, escuelas especializadas,
centros de enseñanza técnica y centros de investigación; con un férreo
intervencionismo del Estado (herencia napoleónica). Dicen que es necesario ser
francés para, medianamente, entender el sistema…
Pero entonces
vino el “Shock de Shanghái”, donde en subsecuentes ediciones del ya famoso
ranking de la Universidad Jiao Tong (ARWU), ninguna universidad francesa
aparecía en el top 50 global. Fue demasiado para el orgullo francés y Nicolás
Sarkozy inició una serie de reformas que culminaron con la nueva Ley sobre la
Educación Superior y la Investigación (2013).
La premisa de la
Ley es simple, busca reducir la fragmentación de escuelas y facultades y unir
esfuerzos e indicadores para figurar en las mediciones internacionales. De
tener cientos de pequeñas escuelas, Francia busca crear 25 grandes
universidades denominadas comunidades universitarias (COMUES), con mayor
autonomía, para competir con las Oxfords y Cambridges del mundo.
Sin duda esta
reforma de gran calado es una lección sobre la necesidad de cambio e innovación
constante en los sistemas educativos superiores. Mientras tanto, en México
seguimos debatiendo viejas fórmulas para lograr el 40% de cobertura en
educación superior.
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