El pasado viernes Donald Trump juró como presidente
de los Estados Unidos (EEUU), y aunque su discurso fue un tanto más mesurado en
lenguaje, carga con la misma retórica populista: Promesas vacías y exultantes, proteccionismo
político y económico exacerbados, reiteración sobre las amenazas externas y, particularmente,
descalificación hacia la clase política de su país. No obstante, todos los
problemas de EEUU, asegura Trump, se acabarán mágicamente con su llegada.
Trump no transita hacia ser el Presidente de los
Estados Unidos (PUTUS), él sigue en campaña; pero una campaña que nadie sabe
hacia dónde llevará a EEUU y al mundo. El populismo “es una ideología que
considera a una sociedad separada en dos grupos homogéneos y antagónicos, ‘el
pueblo puro’ contra ‘la élite corrupta’ (Mudde), donde la política debería ser
una expresión de la voluntad general “del pueblo” (lo que sea qué eso
signifique…). El populista no invita a una visión de pesos y contrapesos,
compleja, sino a un escenario de enfrentamiento contra el enemigo perverso,
construido a modo.
El discurso inaugural de Trump y su proclama
“América primero”, divisiva y excluyente, contrasta con las líneas inspiradoras
de algunos de sus antecesores: “La única cosa que debemos temer es al miedo
mismo” (Roosevelt); “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate
qué puedes hacer tú por tu país” (Kennedy); o “Nos reunimos porque hemos
elegido a la esperanza por encima del miedo” (Obama).
Lo más peligroso es que el mensaje populista de
Trump es aplaudido por multitudes, con caras blancas y gorras rojas, que se
engañan pensando que la globalización es reversible, y que eso beneficiaría sus
bolsillos.