El error estratégico más
importante de los políticos es preferir la acumulación de riqueza por sobre la
acumulación de influencia y poder. O peor aun, pensar que es a través del dinero como se logra la
relevancia política.
El poder, en sus
definiciones más clásicas implica la capacidad de lograr objetivos a través de
la influencia hacia las personas. Como lo afirma Jeffrey Pfeffer, profesor de
Stanford y experto en el tema, “el poder no es un atributo personal sino
relacional y contextual”. Es decir, una persona no posee poder en el vacío,
sino en relación con otras personas en un contexto determinado.
Un político tiene poder en
la medida en que la sociedad (polis) cree en él, no en la medida de su riqueza.
Bill Clinton, el expresidente de los Estados Unidos -con todo y el escándalo
Lewinsky-, es considerado una de las personas más influyentes del mundo, por su
carisma y capacidad de persuasión. Clinton, si bien es considerado relativamente
rico, no aspira a la lista de millonarios de Forbes.
Un ejemplo en la política mexicana:
a Cuauhtémoc Cárdenas se le considera un hombre influyente por su prestigio y
el peso de su opinión. Por otro lado, Humberto Moreira, de ser ciertas las
acusaciones en su contra, es un millonario más que dista mucho de ser figura
cuya opinión se respete.
¿La diferencia? Estadistas
como Bill Clinton, Felipe González, Cuauhtémoc Cárdenas, Henrique Cardoso y
otros aspiran a la historia, mientras políticos de poca monta aspiran a Forbes.
En México necesitamos más estadistas y menos políticos; leer menos a Maquiavelo
y más a Platón.