Como obra pública insignia del actual gobierno de
Jalisco, La línea 3 del Tren Eléctrico Urbano no parece estar siendo
prioritaria. De acuerdo al proyecto ejecutivo, esta línea de transporte se
extenderá a lo largo de 21.45 km y contará con 18 estaciones -13 serán elevadas
(16.10 km de viaducto) y cinco subterráneas (5.35 km de túnel). En su arranque
en 2014, esta obra fue presupuestada en 17,692 millones de pesos (mdp); no
obstante, el Presupuesto de Egresos de la Federación 2016 ya contempla un
aumento de poco más de 2 mil mdp.
Así, la obra que se proyecta terminar a mediados de 2017
no solamente ha tenido un primer incremento importante en el costo, sino que a
casi un año y medio de haber iniciado reporta un avance de 35%. Sabemos que en
este tipo de obras emblemáticas la voluntad política es determinante; el
problema es precisamente que parece haber poca voluntad para su terminación en
tiempo y forma. Basta transitar por la zona nor-poniente para constatar que no
hay prisa para su terminación. Incluso, paradójicamente, en esa zona de la
ciudad la obra ya ha sido bandalizada antes de ser inaugurada (ej. Grafiti,
basura, mallas ciclónicas destruidas, etc).
Por elemental estrategia técnica y política, generalmente
este tipo de obras altamente disruptivas para los ciudadanos y los comercios
son construidas a “todo vapor”, principalmente durante la noche, para lograr al
menos una percepción de equilibrio en el costo-beneficio urbano. En Bogotá y la
CDMX, por ejemplo, sus obras magnas de transporte se hicieron a todo vapor,
¿por qué en la L3 se acabó la prisa?
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