En la actualidad, donde el cambio y la disrupción son
conceptos en boga, cobra importancia retomar lo que significa la Universidad,
tanto para sí misma como para las sociedades en las que existen y a las que
sirven. Las primeras universidades tienen sus inicios en el medioevo a partir
de la necesidad de diseminar el conocimiento y de congregar a los estudiosos de
los distintos campos. En una etapa más moderna, las universidades le deben a
Wilhelm von Humboldt la idea de alcanzar la unidad de la enseñanza y la
investigación para brindar una educación humanista a los estudiantes, a la vez
que se cultiva e impulsa la ciencia.
Como afirma Martin Wolf, “en sus orígenes y aun ahora, la universidad es una institución especial, una comunidad de académicos e investigadores con el propósito de generar y diseminar entendimiento de generación en generación.” La misión de las universidades es pues, constituirse como espacios de encuentro para reflexionar, debatir, cuestionar, crear conocimiento y destruir mitos; pero también para innovar, emprender y proponer soluciones a los problemas más acuciantes del presente. Ser universidad significa dar cabida a la universalidad de las ideas.
En ese contexto, cuando hablemos de cambio y disrupción educativa seamos muy cuidadosos en mantener la esencia universitaria. La innovación y las nuevas tecnologías deben contribuir a reforzar y potenciar la misión de esta institución milenaria, como espacio de encuentro para preservar la civilización y asegurar el progreso de la humanidad, y verla no solamente como herramienta para el empleo. La universidad es una innovación con nueve siglos de vigencia, por algo será.