Francia dio un
manotazo a los fundamentalistas y paró en seco a un supuesto efecto dominó que
amenazaba con seguir debilitando a los regímenes liberales. Emmanuel Macron, el
Presidente más joven que haya tenido la república francesa, no sólo logró vencer
al neo-nacionalismo que representaba Marine Le Pen y que cobró cada vez más fuerza
durante el periodo de campañas, sino que mostró al mundo entero que dicha
tendencia política no es imparable ni tampoco irreversible.
Rusia con el régimen de Vladimir Putin,
Reino Unido con el Brexit de Nigel Farage y Boris Johnson, Estados Unidos con
la presidencia de Donald Trump y Hungría con Viktor Orban son algunos de los
triunfos neo-nacionalistas que se han sucedido y “caído” cual fichas de dominó.
Francia, por otro lado, fue una ficha que se mantuvo en pie y que reafirma que
el proyecto de la Unión Europea no está muerto.
El triunfo de Macron también es el
triunfo de las libertades por encima de los miedos, el triunfo del deseo por
mejorar las instituciones democráticas por encima de los intentos de
desmantelarlas; el triunfo de una visión que apuesta por la apertura y la
inclusión por encima del proteccionismo simplón y tramposo.
Resta al nuevo Presidente y al
pueblo francés encargarse de que estos valores se lleven a la práctica durante
el mandato. Para ello habrá que esperar los resultados de la próxima elección
legislativa que se llevará a cabo en junio y, en consecuencia, saber de qué
tamaño será el apoyo que Macron logre cosechar en la Asamblea Nacional para poder
implementar su programa. Por lo pronto, Francia estuvo a la altura de los
tiempos.