La principal función de un gobierno es la
negociación; dialogar y acordar, con mano izquierda y con mano derecha. Para John
Bailey y Matthew Taylor (2009), aunque los gobiernos no estén corrompidos o
aliados con estos grupos, la interacción entre los Estados y los actores
criminales tiende a ser continua, buscando un equilibrio que evada el conflicto
frontal; incluso, “al querer reclamar el monopolio del uso de la violencia
legítima, muchos Estados pueden estar en constantes negociaciones con grupos
criminales para preservar una apariencia de orden”.
En ese contexto, son dignas de análisis las
aseveraciones de políticos en diversos países respecto a que bajo ninguna
circunstancia debe negociarse con el crimen organizado. Si creemos en la teoría
de Bailey y Taylor, tales afirmaciones se entenderían en un marco de simulación
y para distraer al ciudadano común -y provocarían sonrisas en cualquier
funcionario de la DEA o la CIA, entre muchas otras agencias. La clave es
entender que, en la realpolitik de
las agencias de inteligencia, negociar con el crimen no significa haber
sucumbido a su poder, sino precisamente reconocer la complejidad del problema y
buscar mecanismos para limitar su influencia a los rangos de lo socialmente tolerable.
Entonces, se puede argumentar que las escaladas de
violencia se dan cuando fracasan las negociaciones y/o se rompen los
equilibrios, o bien cuando se cree que se puede erradicar frontalmente la lacra
del crimen organizado. La pregunta es, ¿negociar con el narcotráfico
ha sido un curso de acción abandonado por los gobiernos, para en su lugar
concentrarse en una lucha frontal con pocas probabiliades de éxito?