“Queremos que tengas éxito.”
George W. Bush a Barack Obama, a nombre del grupo de ex presidentes, el día de su toma de posesión como presidente de los Estados Unidos de América.
Circula un muy interesante libro de Nancy Gibbs y Michael Duffy, denominado The Presidents Club*, en el que se da cuenta de un ritual de la presidencia norteamericana, aparentemente secreto, donde los ex-presidentes, independientemente del partido político al que pertenezcan, se elevan sobre sus diferencias ideológicas y personales para apoyar al inquilino en turno de la Casa Blanca a guiar con éxito el destino de la nación más poderosa del mundo. En esta obra, Gibbs y Duffy narran a detalle cómo el presidente de aquel país cuenta con el apoyo personal, y casi incondicional, de sus predecesores para navegar con éxito en las aguas burocráticas y políticas de Washington D.C. Esto, a través de la formalización de una “sociedad,” sin duda selecta, integrada por los hombres que han gobernado aquel país desde tiempos de Dwight Eisenhower, creada a iniciativa del ex-presidente Herbert Hoover.
De acuerdo con los autores, la lógica para crear una sociedad con tal membrecía es que solo un ex presidente sabe lo que significa sentarse en el escritorio de la Oficina Oval (The Big Desk), y tomar decisiones que afectan hasta el último rincón del planeta. Esta lógica es impecable y pragmática, e implica poner a disposición del presidente entrante, como “novato” que es, el capital intelectual, social y hasta emocional de sus predecesores, de manera directa y personal. Es sabido que Obama hizo dos llamadas clave antes de enviar a los Navy Seals a Pakistán por Osama Bin Laden, una a Bush Jr. y otra a Bill Clinton, para conocer sus opiniones y recomendaciones. Tampoco es secreto que Bush Jr. utilizó los buenos oficios diplomáticos de Clinton y de Jimmy Carter para solucionar conflictos de carácter internacional, y hasta para pulir sus discursos y afinar su oratoria (esto último no lo logró, por supuesto).
Estos pactos de colaboración, que reflejan alta civilidad democrática y pragmatismo puro, tienen al menos dos precondiciones de carácter institucional. Una es que los presidentes, una vez que acceden al poder, automáticamente eleven sus lealtades a la institución de la presidencia, por encima de sus lealtades partidistas. En otras palabras, que una vez sentados en la silla el “amor” por su país supere al “amor” por su partido político. Otra condición, vinculada estrechamente con la primera, es que la alternancia sea vista con naturalidad. En países con democracias consolidadas, no existe una estructura de incentivos para que un presidente busque por todos los medios tener un sucesor afín, o “delfín,” como ha sucedido en nuestro país. Por ejemplo, en el vecino país del norte en los últimos 35 años ha habido tres presidentes demócratas y tres republicanos, por lo que la “puerta revolvente” del poder funciona eficazmente.
Lo anterior contrasta drásticamente con la realidad de la política Mexicana, donde pareciera que la institución de la presidencia está subordinada a la institución del partido político. Así, da la impresión de que los presidentes y ex presidentes primero son priistas o panistas y después son líderes políticos de la nación. Ello, en buena parte, impide que haya continuidad en políticas públicas clave para el desarrollo nacional, y que aquellos que han ocupado la “silla del águila” pongan a disposición de sus sucesores su experiencia y buenos oficios para lograr las metas del gobierno en turno, independientemente del partido politico del que éste provenga.
Sin duda, los mandatos y legados de los ex presidentes de México –como de cualquier otra nación- pueden ser controvertidos y debatibles, sin embargo, ese no es el punto. De lo que se trata es de generar mecanismos institucionales para que la experiencia personal acumulada de quienes han gobernado el país sirva a los nuevos mandatarios. Ello contribuiría a fortalecer la institución presidencial y a evitar hierros altamente costosos, sobre todo cuando son resultado de la inevitable “novatez” los presidentes entrantes. En ese sentido, la experiencia norteamericana, con el citado “club de ex presidentes,” resulta muy relevante como caso de estudio. Desafortunadamente, para replicarse por estos rumbos, primero sería necesario que los presidentes salientes genuinamente desearan que a su sucesor o sucesora, y por tanto al país, le vaya bien.
*The Presidents Club, de Nancy Gibbs & Michael Duffy. Simon & Schuster Inc. (2012).